jueves, 3 de noviembre de 2016

¿CÓMO ERA MESOPOTAMIA?


                                         Francesc Ramis Darder
                                        bibliayoriente.blogspot.com



Como señalan los investigadores, los rigores climáticos de la última glaciación (ca. 10.000) fueron menos intensos en Mesopotamia que en otras regiones del planeta. Además, las variedades vegetales que posteriormente fueron el eje de la agricultura, la cebada y el trigo, brotaban espontáneamente en tierras mesopotámicas. Algo análogo ocurría con los animales que después fueron la base de la ganadería; allí abundaban en estado salvaje ovejas, cabras, vacas, cerdos y camellos. Como hemos señalado, el cauce del Eúfrates y el Tigris junto a sus respectivos afluentes confería al territorio una gran feracidad; mientras las montañas y desiertos que rodeaban la región parecían protegerla de adversarios exteriores. La bonanza climática, la abundancia de especies, la fertilidad del terreno y la protección de las montañas y desiertos parecían favorecer espontáneamente el nacimiento de la civilización humana en la región; de ahí nacía, entre otros motivos, el aspecto paradisíaco que los antiguos conferían a la tierra entre ríos. Sin embargo, la benignidad de la zona presentaba, a modo de contraste, varias adversidades que el ser humano debió controlar con esfuerzo para sembrar y acrecer la semilla de la civilización.

    El caudal del Eúfrates y el Tigris fertilizaba las tierras adyacentes. Ahora bien, ambos ríos surcaban un largo recorrido, a lo largo del cual iban depositando sobre el terreno las sales minerales que trasportaban desde los Montes de Armenia. Las sales disminuían la fertilidad del suelo; por eso, muy a menudo, el agricultor debía drenar los suelos y el cauce de los ríos para posibilitar la fertilidad del suelo. El terreno llano por donde fluían los dos grandes ríos en el último tramo favorecía la frecuente alteración del cauce fluvial; acontecía, con relativa frecuencia, que el desplazamiento de un cauce destruyera extensas zonas de cultivo, y convirtiera en estéril el trabajo de una aldea durante muchas generaciones. Por si fuera poco, los ríos tendían a desbordarse en algunos tramos, anegaban en exceso el terreno y arruinaban las cosechas. La frecuencia de las inundaciones provocadas por el desbordamiento de los ríos alentó el nacimiento de leyendas sobre grandes diluvios, que recogió la literatura mesopotámica y más tarde asimiló la Biblia. Con intención sacar rédito al caudal fluvial, las culturas mesopotámicas desarrollaron una intensa política hidráulica para aprovechar el valor ecológico de la región; así la región se pobló de presas, acueductos, embalses y canales de agua. Sin duda, el pretendido “paraíso natural” requirió del gran esfuerzo de sus habitantes para convertirse en cuna de la civilización humana.

    Como hemos mencionado, el Eúfrates y el Tigris en tiempos antiguos desembocaban separados en el Golfo Pérsico, actualmente lo hacen juntos; según algunos comentaristas, el cambio obedece a motivos geológicos. Mesopotamia reposa sobre una placa tectónica que se alza lentamente por la zona sur del territorio. El levantamiento provoca, en la región del Golfo, el desplazamiento hacia el sureste de la línea de costa; mientras origina terremotos en los Montes de Armenia y la cordillera de los Zagros, al norte y al este. El alejamiento de la línea de costa, acrecentado por el sedimento dejado por los ríos, provocaba que las ciudades portuarias, levantadas junto al mar, tuvieran que abandonarse al ir quedando lejos del litoral. Los seísmos que arrasaban zonas de Armenia y los Zagros destruían aldeas, alteraban el curso de los ríos, y perturbaban las vías de comunicación. Utilizando el lenguaje bíblico, el aparente “paraíso”, eco de la feracidad del terreno, muchas veces se convertía en tierra de “espinas y abrojos”, símbolo de los desastres naturales que diezmaban la región (Gn 3……..).

    Las montañas y desiertos que circundaban la zona entre ríos parecían guarnecerla; semejaban la muralla que defendía la zona fértil del peligro extranjero. Sin embargo, las áreas montañosas también constituían la mejor plataforma para que los enemigos pudieran otear la región y saquear sus riquezas. Las invasiones que sufrió Mesopotamia llegaron desde el Taurus después de atravesar Anatolia y Siria, en el noroeste; también lo hicieron a través de los Montes de Armenia, en el norte; y por el este cruzando los Zagros, desde la tierra de Elam, el nombre antiguo de la actual meseta irania. Con intención de salvaguardar su integridad, las sucesivas culturas mesopotámicas auspiciaron la política militar para protegerse o intentar dominar al enemigo extranjero; por eso las regiones norteñas testimonian la presencia de extensos muros para contener las invasiones, mientras las ciudades importantes sobresalen por la solidez de sus murallas y baluartes.

    Aunque existieran plantas silvestres y animales salvajes que propiciaron el nacimiento de la agricultura y la ganadería, su domesticación constituyó una ardua tarea para el ser humano. Los sucesivos cruces entre especies para obtener vegetales rentables o animales eficientes, supuso una tarea de milenios, no exenta de dificultades. Como hemos señalado, la carencia de minerales metálicos y piedra para la construcción implicó la necesidad de abrir caminos hacia el exterior; de ahí nacieron rutas caravaneras que bordeaban el desierto y cruzaban las montañas, o los astilleros para construir navíos que zarparan del Golfo, o pequeñas embarcaciones para navegar por los ríos en ambas  direcciones.


    La región mesopotámica requirió un ímprobo esfuerzo humano para convertirse en un foco de la civilización; pero fue precisamente la intensidad y necesidad de tal esfuerzo el agente que engendró la civilización humana. Los sumerios, acadios, asirios y babilonios constituyeron las sucesivas culturas que guiaron la civilización Mesopotamia. Cada cultura fundamentó su liderazgo, con diversos matices, sobre cuatro pilares: la política hidráulica que mantuvo el valor ecológico de la zona, el empeño en la defensa militar del territorio, el trazado de vías de comunicación para favorecer el indispensable comercio exterior, y el establecimiento de caminos interiores para propiciar el intercambio cultural entre quienes poblaban Mesopotamia.

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