martes, 19 de enero de 2016

CATEDRAL DE MALLORCA



                                           Francesc Ramis Darder
                                           bibliayoriente.blogspot.com

Cuando el Mediterráneo bañaba las murallas de Palma, la Catedral de Mallorca se reflejaba en las aguas del mar; sin embargo, hacía siglos que la historia había comenzado a trenzar sus mimbres sobre la cadencia del tiempo. La intuición histórica sugiere que antes de la época romana (123 a.C.), el promontorio de la Catedral veía erguirse un santuario talayótico, recinto cultual de quienes poblaban la ciudad. La conquista romana convirtió el santuario en un templo pagano, hasta que la creciente influencia cristiana trocó sus muros en las capillas de una Iglesia. La invasión musulmana transformó la Iglesia en mezquita (903 a.C.). Al cabo de tres siglos, Jaume I devolvió Mallorca al abrazo de la cristiandad (29, diciembre, 1229).

    Según la tradición piadosa, cuando Jaume I avistaba Mallorca, una galerna amenazó con hundir la flota; entonces el rey, arrodillado en popa de la nave capitana, suplicó al Señor, por mediación de Santa María, la salvación del ejército. Escuchada la plegaria y salvadas las naves, el rey prometió la construcción de un templo bajo la advocación de Santa María. Aunque el relato pertenezca al acervo tradicional, la historia sentencia que Jaume I estableció la construcción de la Catedral y organizó el culto en la antigua mezquita, antaño templo cristiano. Desde las disposiciones del rey (1230) hasta el día de hoy, la Catedral no ha dejado de creer hasta convertirse, como dice la Escritura, en “monumento perpetuo imperecedero” (Is 55,13) de la fe, enhebrada entre los lazos de la cultura, de los cristianos de Mallorca y del mundo entero.

    La Catedral dispone de tres naves. La de la izquierda, al norte, llamada “de l’Almoina”, está proyectada hacia la capilla del Corpus Christi, presidida por el retablo de la Cena del Señor, obra de Jaume Blanquer (acabado en 1641). La nave central, camino de la Capilla Real, sede del presbiterio, coronada con el baldaquín, poema sobre la Eucaristía, levantado por Antoni Gaudí (8, diciembre, 1912). La nave de la derecha, al sur, conocida como “nave del Mirador”, desemboca en la capilla del Santísimo; obra de Miguel Barceló, evoca la multiplicación de los panes y los peces para aludir a la grandeza de la Eucaristía (acabada en 2006).

    Las tres capillas, vértices de las naves, certifican que la Catedral es un organismo vivo. Recogiendo detalles medievales, el retablo barroco de Blanquer ensalzó el don de la Eucaristía con los pinceles de la Reforma católica. Navegando con las velas de la renovación litúrgica, el Modernismo de Gaudí supo enhebrar el baldaquín con alegorías eucarísticas. Evocando los relatos evangélicos (Mt 14,13-22; 15,32-39), las manos de Barceló modelaron la capilla del Santísimo. Ahora bien, la Catedral no solo es un organismo vivo porque durante la historia haya visto crecer sus muros, sino porque a lo largo de los siglos ha engendrado a muchas personas en el seno de la vida cristiana. La celebración de la Eucaristía, plasmada en las capillas que coronan las naves, lleva a plenitud las palabras de Jesús: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre” (Jn 6,51). La Catedral no es un museo, sino la expresión teológica, tejida sobre el telar de la belleza, que manifiesta como la Eucaristía entreteje la identidad de la Iglesia y como la Iglesia hilvana la Eucaristía, celebración privilegiada de la presencia de Dios entre nosotros.

No hay comentarios: