sábado, 21 de febrero de 2015

¿QUÉ SIGNIFICA CONVERTIRSE?

                                                                                  Francesc Ramis Darder

Cuando Jesús predicaba por las comarcas de Palestina proclamaba que Dios es el padre que nos ama y anunciaba la llegada del Reino de Dios.

Dios no es alguien que esté alejado de nosotros; es el buen padre que nos ama y que nos acompaña en el camino de la vida. Los israelitas en tiempos de Jesús estaban tan asustados de la presencia divina que, incluso, evitaban pronunciar el nombre de Dios. Tan solo el sacerdote más importante de Israel pronunciaba el nombre de Dios una vez al año en la sala más recóndita del templo de Jerusalén. En contraposición al miedo de los israelitas, Jesús no solo pronunciaba el nombre de Dios, sino que lo llamaba “mi Padre”. Dios no es alguien distante o que tengamos que temer. Dios, como un buen padre, nos habla en el silencio de nuestra conciencia y nos invita a descubrir su presencia en el rostro de los hermanos que encontremos cada día.

Jesús también anunciaba la llegada del Reino de Dios. El Reino de Dios no se refería a la creación de un estado o una nación. Como decía Jesús, el Reino de Dios comienza cuando las personas decidimos vivir amándonos los unos a los otros. Cuando en lugar de competir, empezamos a compartir, llega el Reino de Dios. Cuando en lugar de vivir en la desconfianza, empezamos a buscar la verdad, brota el Reino de Dios. Cuando en lugar del egoísmo, optamos por la generosidad, nace el Reino de Dios. Cada vez que ponemos en práctica la misericordia, el Reino de Dios se hace presente entre nosotros.

Ahora bien, para experimentar que Dios es un buen padre y construir el Reino de Dios, es necesario que nos convirtamos. Lo decía Jesús en el evangelio: “Convertíos y creed en la Buena Nueva.” ¿Qué significa convertirse? La palabra convertirse quiere decir “volver la vista hacia la buena dirección”. Quiere decir dejar de contemplar la vida desde la “mala perspectiva” del “egoísmo personal”, para contemplarla en la “buena dirección” de la “generosidad con los demás”. La conversión nos hace sentir mucho mejor, incluso, a nosotros mismos; como dice la Escritura, “hay más alegría en dar que en recibir”. Cuando hacemos el esfuerzo de convertirnos, de mejorar nuestra calidad humana, ciertamente nos sentimos mejor; por ello, Jesús equipara la conversión con la alegría de la Buena Nueva. Jesús decía: “Convertíos y creed en la Buena Nueva”; dicho con otras palabras, haced el esfuerzo de ser mejores personas y os sentiréis humanamente mucho mejor.

Pero la conversión no es un hecho que se dé espontáneamente. Cuando Jesús llamó a Simón y Andrés para que fuesen con Él, dejaron las redes para seguir a Jesús. Cuando llamó a Santiago y Juan, dejaron a su padre y a los jornaleros para poder convertirse en discípulos del Señor.

Convertirse implica dejar las cosas que nos impiden profundizar en el camino del amor. Los cuatro primeros apóstoles dejaron la barca y las redes; y nosotros, ¿qué estamos dispuestos a dejar para poder recorrer la ruta del Evangelio?


En esta Eucaristía, pongámonos ante Dios, el buen padre que nos ama, y pidámosle que nos ayude a dejar las cosas que nos impiden caminar por la ruta de la Buena Nueva. Pidámosle la gracia de la conversión para poder contemplarlo como el padre que nos ama y para aprender a sembrar en el mundo la buena semilla del Reino de Dios.

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