viernes, 30 de enero de 2015

¿QUÉ SIMBOLIZA JERUSALÉN?


                                                                    Francesc Ramis Darder



Jacques Vermeilen, “Jérusalem centre du monde. Dévelopements et contestations d’une tradition biblique”, Cerf, Lectio Divina (Paris 2007) 402.

    El autor comienza su exposición señalando que el simbolismo cósmico de Jerusalén aparece de forma trasversal a lo largo de toda la Escritura. Desde la perspectiva bíblica, Jerusalén es el centro del Mundo. En ese sentido, la centralidad de Sión forma parte del acervo común de los sistemas teológicos propios del Próximo Oriente Antiguo, pues también entendían éstos que la ciudad donde se encontraba el templo del dios principal constituía el centro del Universo. La razón teológica por la que el pueblo de la Biblia certifica la centralidad de Jerusalén estriba en la certeza de que en el Templo de Sión habita el Señor, Dios del Cosmos y de la Historia.

    A continuación, Vermeylen analiza, ateniéndose a los parámetros cronológicos, algunos textos proféticos concernientes a la centralidad de Jerusalén. Los textos más antiguos (VII a.C; Isaías, Salmos, quizá Miqueas), haciéndose eco del ataque de Senaquerib, señalan la multitud de pueblos que se reúnen para devastar Sión despreciando, de ese modo, el exclusivo señorío de Yahvé. Los textos relacionados con la reforma de Josías (622 a.C.) muestran cómo multitud de pueblos emprenden el camino a Sión para acogerse a la Ley y firmar la paz entre ellos (Is 2,2-4; Miq 4,1-3). La literatura de la época persa describe dos aspectos concomitantes: por una parte señala la peregrinación de los pueblos a Sión, y por otra subraya la centralidad del templo como lugar de la presencia de Dios en medio de su pueblo (Is 60: primera redacción;  Zac 1-8: segunda redacción). En el marco del conflicto entre ptolomeos y seléucidas, ensamblado con el tema teológico de la reunión de todos los judíos, los textos de la época helenista relatan la peregrinación de las naciones a Jerusalén.

     En definitiva, el autor destaca cómo la temática del viaje de todos los pueblos a Jerusalén, ya sea en forma de ataque militar o bajo el aspecto de la peregrinación, aparece en todo el ámbito de la literatura profética, y en menor medida también en el Salterio. Hasta aquí no cabe duda de que el imaginario teológico de Israel es similar al de los demás pueblos orientales: Jerusalén es el centro del mundo, la sede desde la que Dios ejerce su autoridad sobre el Cosmos y la Historia, por esa razón todas las naciones se dirigen a Sión, donde aportan sus riquezas (Is 60; Ag 2) seducidas por el poder de la ciudad protegida por la grandeza divina.

    Ahora bien, según afirma Vermeylen, la Escritura enfatiza la presencia crítica de los profetas contra la centralidad de Sión, entendida según los parámetros de la teología  del Próximo Oriente. Tal como señala el autor, el clamor de Amós, Jeremías y Ezequiel muestra cómo el Señor, ofendido por la opresión que los poderosos ejercen contra los débiles, no garantiza la centralidad de Jerusalén ni del Templo; lo mismo cabe afirmar respecto de los teólogos deuteronomistas. Como sigue señalando el autor, después de la reconstrucción del Santuario, la comunidad de Yehud se organizó en torno al culto, pero aparece de inmediato una corriente de pensamiento, presente en textos que parecen remontarse a la época de Nehemías, muy crítica con la centralidad del templo y que pone el énfasis en la imprescindible solidaridad con los pobres. Dicha corriente se adentra en el NT donde la actitud requerida para adorar al Señor radica en el compromiso por la liberación de los oprimidos, pues como señala expresamente Juan, Dios no se ha encarnado en un templo sino en la persona de Jesús que vivió y predicó entre los pobres y marginados.

     En definitiva el planteamiento de los profetas al igual que el de la escuela deuteronomista y el de los autores del NT es subversivo frente al pensamiento tradicional que establece en Jerusalén el centro del Mundo, a la vez que enfatiza que el Templo es la expresión privilegiada de la presencia de Dios.

    A tenor de lo dicho, señala el autor, podemos apreciar cómo la Escritura presenta dos aspectos contrapuestos por lo que concierne a la centralidad de Jerusalén; por una parte la ciudad y el templo representan el centro del mundo hacia la que acuden todas las naciones, y por otra el templo y la ciudad son el objeto de la más dura crítica profética, pues los profetas y el NT ponen el énfasis de su predicación en la obligación de luchar en favor de los pobres.

    Ante esa doble perspectiva, el autor toma posición atendiendo a su propio criterio hermenéutico. Vermeylen se atiene al canon cristiano de la Escritura. Desde esa perspectiva entiende los textos referentes a la centralidad de Jerusalén como lugar de peregrinación de todos los pueblos como el punto de partida de toda reflexión teológica, pero sostiene, con la mayor entereza, que la centralidad de Sión debe adentrarse de forma plena y definitiva en el pensamiento que subraya la centralidad del Decálogo en lugar de los muros del Templo como centro de la vida de quienes confían en Dios. Cuando la Ley de Dios ocupa la centralidad de la fe, la religiosidad judía comprende la actuación liberadora de Dios en la Historia, comprensión que desemboca necesariamente en la vivencia de la fraternidad entre los hombres.

    El autor no se detiene en los parámetros del estudio meramente erudito, entresaca las consecuencias eclesiológicas y éticas que se derivan de su monografía. A tenor de la exposición del autor, la Iglesia debe abandonar el centralismo del templo para dirigir su tarea, según el criterio del Evangelio, hacia la liberación de los pobres. Evidentemente la Biblia y especialmente el Evangelio exigen al cristiano la denuncia de cualquier totalitarismo a la vez que le impelen a la lucha a favor de la igualdad entre todos los hombres; pues, tal como concluye Vermeylen, Dios no se alía con los poderosos sino con los humildes y desamparados.

    La obra contiene, como corresponde a una obra de investigación y en este caso dotada de una perspectiva ética, con el índice de citas bíblicas y las siglas y abreviaturas de los libros y revistas citadas; pero destaca, sobre todo, la extensa bibliografía que aduce el autor (pp. 345-378).

    En nuestra opinión, el estudio de Vermeylen constituye una obra muy interesante. La meticulosidad de la investigación, la claridad de la exposición, el criterio hermenéutico y las conclusiones éticas, convierten el escrito en una exposición sobre la auténtica centralidad de lo que debe ser la vida cristiana: el compromiso decidido a favor de la liberación de quienes sufren la marginalidad y la crueldad del despotismo.

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