lunes, 6 de octubre de 2014

EL MENSAJE DE JESÚS DE NAZARET EN LA SOCIEDAD DE SU TIEMPO. Segunda parte.


                                                               Francesc Ramis Darder


La seguridad de sentirse en las manos del Padre y la radicalidad del Reino hacen atrayente el mensaje de Jesús. Las muchedumbres le admiran pero Jesús les exige la conversión: el Evangelio no es una teoría sino un estilo de vida. Convertirse significa esforzarse para amar a Dios como Padre e implantar su Reino, para lo que Jesús establece dos mediaciones principales: la opción por los pobres  y la plegaria.

a. La opción por los pobres (Mt 5, 1-12).

    El pueblo de la tierra constituía la masa humilde y despreciada por fariseos y saduceos, en cambio Jesús anuncia que son los preferidos del Reino. Las Bienaventuranzas (Mt 5, 1-11) afirman que para construir el Reino de Dios debemos optar decididamente por los pobres: “Felices los que eligen ser pobres, porque éstos tienen a Dios por Rey” (Mt 5, 3). Las Bienaventuranzas son la catequesis de Jesús que explica, mediante siete consejos, el proceso mediante el cual podemos optar por los pobres. Veámoslo.

     En Mt 5, 3 aparece la frase “porque de ellos es el reino de los Cielos” repetida en Mt 5, 10 y, entre las dos frases figuran siete bienaventuranzas. Jesús dice: si quieres optar por los pobres el camino consiste en cumplir los siete consejos que hay entre las dos locuciones “porque de ellos es el reino de los Cielos”.  Humildad: ser humilde significa ser realista ante uno mismo y ante la situación que vive. Llorar: considerar nuestra la lágrima del sufrimiento del prójimo, podríamos traducirlo por solidaridad. Hambre y sed de la justicia era el distintivo de los profetas: con aquello que pensamos, decimos y hacemos debemos ser coherentes con nuestra fe. Misericordia: entregar algo de mi mismo, o a mi mismo, para paliar la pobreza del corazón de mi hermano. Limpio de corazón: ser transparente, que aquello que pensamos sea lo que decimos para el bien de nuestro prójimo. Trabajar denodadamente por la paz y luchar por la justicia.

    Al final de la catequesis, Jesús propone un examen para que podemos calibrar la radicalidad de nuestra opción por los pobres. La opción por los pobres es válida cuando nuestra vida provoca la oposición de quienes se oponen a la justicia y a la verdad (Mt 5, 11-12). La opción por los pobres implantará en nuestro corazón y en el alma del Mundo la semilla del Reino, pero esa opción sólo es factible desde la Cruz: en la Cruz aprendemos a centrar la vida en el amor, conocemos la certeza de Dios Padre, y vivimos la fuerza de su Palabra.

b. La plegaria (Mt 6, 9-13).

    Los fariseos rezaban de forma espectacular y, a veces, para ser vistos por la gente. La plegaria que propone Jesús es distinta (Mt 6, 5-8) y tiene dos características conjugadas en el “Padrenuestro” (Mt 6, 9-13). Por una parte, orar consiste en percibir “todo lo que Dios hace por nosotros”, ese es el motivo por el que nos dirigimos a Dios como Padre nuestro (Mt 6, 9). Por otra, rezar significa pedir a Dios que venga su Reino, que se haga su voluntad en la tierra como en el cielo (Mt 6, 10).

    La opción por los pobres es indisociable de la plegaria. Las Biblias antiguas publicaban en la página derecha las Bienaventuranzas y en la izquierda el Padrenuestro, cuando el Libro se cerraba las Bienaventuranzas y el Padrenuestro se besaban. Rezamos el Padrenuestro para pedir a Dios fuerza para vivir las Bienaventuranzas, y cuando las practicamos percibimos realmente que Dios es el Padre que nos cuida.


    Con Jesús de Nazaret irrumpe el Reino de Dios: Dice Jesús a los fariseos: Si yo expulso los demonios con el poder del Espíritu de Dios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios”  (Mt 12, 28). Además, Jesús cambia los destinatarios del Reino dirigiéndolo a quienes la religión y la sociedad excluían: el pueblo de la tierra, los enfermos, los pobres ...

    La necesaria conversión que implica el Padrenuestro y la vivencia de las Bienaventuranzas radicaliza el mensaje de Jesús. Los admiradores, que gozaban de la palabra y no la practicaban, abandonan a Jesús (Ju 6, 66), y sus enemigos, fariseos, saduceos, y partidarios de Herodes planean matarlo (Mc 3, 6). Jesús no se arredra, sino que vierte su misericordia en los pobres, enfermos y humildes (Mt 11, 4-5), y se enfrenta con la Ley (Lc 13, 10-17) y el Templo (Mc 11, 15-19).

    Los seguidores de Jesús son cada vez menos y él, por tres veces (Mc 8, 31-33; 9, 30-32; 10, 32-34), comunica a sus discípulos su angustia ante la muerte y su confianza en la resurrección: “El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, le darán muerte y, después de morir, a los tres días, resucitará” (Mc 9, 30-32).

    Los discípulos se han reducido a doce. Jesús celebra la cena pascual con ellos (Mt 26, 17-35), mientras Judas va a entregarlo (Mt 26, 25). Después se dirigen al huerto de Getsemaní: Jesús pone su vida en manos del Padre mientras los discípulos se duermen dejándolo solo en la angustia (Mt 26, 36-46). Jesús es detenido, los discípulos huyen, el sanedrín le condena por blasfemo, Pedro niega conocerle, y Pilato le condena a muerte (Mt 26, 47 - 27, 30).  Jesús muere en la cruz y es enterrado (Mt 27, 57-66).

    La vida de Jesús no termina en la muerte sino que deviene Luz para toda la Humanidad el Domingo de Pascua. Las mujeres fueron al sepulcro a ungir el cuerpo de Jesús, pero encontraron la tumba abierta, y un ángel les dijo: “... no temáis; sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí ha resucitado como dijo ...” (Mt 28, 2-6). La resurrección de Jesús es el centro del Evangelio; y, a partir de entonces sólo el encuentro personal con Cristo vivo transformará de raíz nuestra existencia.



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