viernes, 26 de septiembre de 2014

EL MENSAJE DE JESÚS DE NAZARET EN LA SOCIEDAD DE SU TIEMPO. Primera Parte.


                                                                                             Francersc Ramis Darder
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    Jesús de Nazaret, la Palabra hecha carne (Ju 1, 14), nació en Belén de Judea durante el reinado de Herodes (37-4 aC.) (Mt 2, 1), aunque se crió en Nazaret (Galilea) (Lc 4, 16), donde trabajaba de carpintero (Mc 6, 3). Jesús fue cuidado por María, su madre y, más tarde José le enseñaría el oficio familiar. Probablemente recibió la educación religiosa de los jóvenes de su época consistente en el conocimiento de la Ley y los Profetas. Al habitar en Galilea conoció los grupos judíos radicales y la mentalidad abierta del mundo griego. Convivió con los pescadores y los canteros, vio trabajar a los campesinos y percibió la situación marginal de la mujer. Sintió la opresión romana, padeció la soberbia de fariseos y saduceos, sintió el sufrimiento del pueblo de la tierra y comprendió la esperanza de Israel referida a la llegada del Mesías y la instauración del Reino de Dios.

    Jesús conoció a Juan Bautista, predicador del Reino de los Cielos que exhortaba al bautismo para el perdón de los pecados, y se hizo bautizar en el Jordán (Mt 3). Juan encendía el entusiasmo popular y se enfrentaba a la autoridad corrupta, por eso Herodes Antipas (4 aC-39 dC.) mandó decapitarle (Mt 14, 1-12).

    Jesús, después del bautismo, se retiró al desierto donde fue tentado por el diablo (Mt 4, 1-11), y comenzó su ministerio al enterarse del encarcelamiento de Juan (Mt 4, 12-17). La Buena Nueva anunciada por Jesús se concentra en dos puntos: la certeza de que Dios es el buen Padre que nos quiere y en la irrupción del Reino de Dios.

a. Dios es el Padre Bueno que nos guía.

    Los evangelios se redactaron en griego pero algunas palabras de Jesús permanecieron en arameo, así el término “Abba” (Mc 14, 36). La palabra “abba” fue, originariamente, una voz del lenguaje infantil: significaba “papá”. En el siglo I dC. el uso no se limitaba a los niños, también la utilizaban los jóvenes y adultos para dirigirse a su padre, cuando la relación era muy entrañable. La mejor traducción es “padre mío querido”. La voz “abba” denota que la relación padre-hijo reposa en la confianza, el respeto, el cuidado, la responsabilidad, el cariño y el conocimiento: el hijo está sostenido en la buenas manos del padre  que le cuidará con ternura.

    La religión judía del siglo I raramente se dirigía a Dios como Padre, y sólo el sumo sacerdote, una vez al año, pronunciaba con voz temblorosa el nombre de Dios: Yahvé. En cambio, Jesús se comunica familiarmente con Dios llamándole Padre (Lc 10, 21), y matiza el significado de “Padre” con la denominación “abba, padre mío querido” (Mc 14, 36): el Padre no es alguien distante, sino Quien sostiene con ternura la vida de Jesús y la alienta con su misericordia.

    Jesús proclama que Dios es nuestro Padre (Mt 5, 45): el “abba” que cuida de nosotros. ¡Qué diferencia entre “Dios Padre” y el “Dios Rigorista” de los fariseos, o el “Dios Cultual” de los saduceos”!

b. El Reino de Dios.

    Los fariseos pretendían con el cumplimiento externo de la Ley la llegada del Mesías y la instauración del Reino de Dios. Jesús certifica la venida del Reino en su propia persona y  lo acrece con la vivencia del Amor.

    Jesús topa con un endemoniado en Cafarnaún y dice al demonio: “¡Calla y sal de ese hombre!” y la persona queda liberada del dolor (Mc 1, 21-18). Otro sábado entra en la sinagoga, ve a un hombre con la mano atrofiada y le dice: “¡Extiende la mano!”, la extendió y quedó curada (Mc 3, 1-6). La ley prohibía curar en sábado, pero para Jesús lo crucial es la persona y no la observancia de normas puramente humanas. Una tarde navegando por el lago con los discípulos las aguas se encresparon, Jesús increpa al viento y al mar y sobreviene una gran bonanza (Mc 4, 35-41).

    El Reino de Dios irrumpe con Jesús. La Humanidad, representada por el endemoniado de Cafarnaún, queda curada del mal. La Sociedad enferma, significada en el hombre que no podía ser curado en sábado, deviene sana por la Palabra de Jesús. El Mundo violento, representado por el mar agitado, halla la calma al escuchar la voz de Jesús. El Reino de Dios llega cuando la Humanidad, la Sociedad, y el Mundo se encuentran con Jesús y recuperan el amor como eje de la vida.

    ¡Que distinto es el Reino de Dios centrado en el amor, del Reino de los fariseos construido sobre leyes complejas, o el de los saduceos edificado en la riqueza terrenal!

  
    La seguridad de sentirse en las manos del Padre y la radicalidad del Reino hacen atrayente el mensaje de Jesús. Las muchedumbres le admiran pero Jesús les exige la conversión: el Evangelio no es una teoría sino un estilo de vida. Convertirse significa esforzarse para amar a Dios como Padre e implantar su Reino, para lo que Jesús establece dos mediaciones principales: la opción por los pobres  y la plegaria.

sábado, 20 de septiembre de 2014

¿QUÉ ES LA VIDA ETERNA?

                                                       Francesc Ramis Darder


La finalidad del amor de Dios reside en que participemos eternamente de su misma vida. Para los israelitas antiguos no era posible que el hombre viviera con Dios. Según creían, el Señor era bueno, pero la distancia que mediaba entre la pequeñez humana y la magnitud divina era tan gran grande, que hacía imposible que pudieran encontrarse algún día cara a cara. Dios dijo a Moisés: “Yo haré pasar ante ti toda mi bondad y pronunciaré mi nombre ‘Yahvé’... pero no podrás verme la cara ... podrás ver mi espalda, pero mi cara nadie puede verla” (Ex 33, 18-23). Moisés vio la espalda del Señor, pero el rostro que indica la identidad e intimidad de Dios, quedó oculto.

    Por una parte los israelitas no se atrevían a imaginar que después de la muerte el hombre pudiera vivir con Dios. Por otra parte experimentaban la certeza de que Yahvé modela la existencia humana con amor apasionado, y por tanto, el hombre no es un ser cualquiera en la creación, sino alguien privilegiado (Sal 8, 6).

     Para resolver el dilema, los israelitas imaginaron que bajo la superficie terrestre había un gran receptáculo al que llamaron “Sheol”. Cuando alguien moría lo enterraban y el cuerpo se descomponía, pero “lo mejor” de la persona humana quedaba depositado en el “Sheol”. La muerte no aniquilaba del todo a la persona, pero tampoco iba a la morada de Dios, pues “lo mejor” de ella quedaba en el Sheol.


    Los sabios de Israel se rebelaron contra esa solución. Dios no modela al ser humano con amor apasionado, a su imagen y semejanza, para esconderlo en el Sheol; como tampoco tornea el artesano la vasija para dejarla después en el olvido. Los sabios afirmaron: “La vida de los justos está en manos de Dios. La gente insensata pensaba que moría ... consideraba su partida de entre nosotros como una destrucción, pero ellos están en paz ... ellos esperaban de lleno la inmortalidad” (Sab 3, 1-5).

    El justo, que a pesar de su pecado se deja modelar por el Señor, permanece para siempre en sus manos. Dios nos ama para hacernos hijos suyos para siempre; Dios no nos ama a causa de que semos buenos, sino a fin de que podemos ser buenos. Creer en el Dios de la vida significa comprometer la existencia en la lucha por la justicia y la solidaridad humana: hacer del amor la herramienta con que plantar la semilla del Reino de Dios.

   Quien opta por el amor, trabaja por la justicia y engendra la paz, padece la persecución de los poderosos, pero tiene la certeza de que vivirá para siempre en las manos del Señor, el Alfarero de la Vida: “Nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón no descansará hasta que repose en ti” (Agustín).

viernes, 12 de septiembre de 2014

BONDAD Y MISERICORDIA; METÁFORA DE LAS MANOS DE DIOS


                                                                             Francesc Ramis Darder


    Israel es la vasija modelada por las manos de Dios en el torno de la Historia. ¿Qué forma  desea conferir Dios a su pueblo?

    Para la Biblia la realidad no fluye de la casualidad, sino que nace del proyecto de Dios. El salmista observa el firmamento y exclama: “¡Los cielos cuentan la gloria de Dios!” (Sal 19, 1); al contemplar la historia detecta a Israel sostenido por Dios y grita: “¡Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterno su amor!” (Sal 136, 1). 

    Dios plasma con la mayor intensidad su gloria; es decir, su forma de ser, en la persona humana. El salmista percibe en su vida la obra de Dios: “Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno” (Sal 139, 13). Dios crea al hombre “a su imagen y semejanza” (Gen 1, 26) y se acerca a hablar con él a la hora de la brisa (3, 9).

    Israel es un pueblo concebido para ser semblanza de Dios. Isaías describe como Dios forma a su pueblo (Is 43, 1-7), y  explica la razón última por la que lo ha creado: “para mi gloria, lo he creado, formado y hecho” (43, 7). Cuando Yahvé, como un alfarero, modela a Israel, pretende elaborar la mejor cerámica: la que refleje ante todos la imagen de Dios. La misión de Israel radica en ser testigo de la bondad de Dios que teje nuestra vida con amor apasionado.

    Las manos con que Yahvé modela a Israel no son corporales, sino la misericordia y la clemencia, la bondad y la fidelidad. Oigamos el libro del Exodo: “Yahvé pasó ante Moisés diciendo: Yahvé, Yahvé, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en bondad y fidelidad, que conserva su bondad hasta la milésima generación; perdona culpas, delitos y pecados, pero no los deja impunes, castiga la culpa de los padres en los hijos ... hasta la tercera y cuarta generación” (Ex 34, 6-7).

    La palabra “misericordia” indica en hebreo “el seno materno”. En sentido metafórico señala el sentimiento íntimo, profundo y amoroso que liga a dos personas por lazos de sangre, como a la madre y al padre con su hijo (Sal 103, 13), o a un hermano con otro (Gen 43, 30).

     El término “clemencia” es sinónimo, pero matiza que la misericordia no es un concepto, sino la realidad tangible que Dios manifiesta a Israel. Cuando Yahvé modela a su pueblo, lo hace con la misma ternura que el seno de la madre conforma al hijo, o con el amor entrañable con que el padre le educa y hace crecer. Yahvé siente por el pueblo que teje entre sus manos, el mismo amor que un padre o una madre por su hijo.

    Yahvé es rico en bondad y fidelidad. Conviene precisar la diferencia entre la bondad y la misericordia. La misericordia es el sentimiento de amor espontaneo que brota de la madre y el padre hacia su hijo. La bondad no surge espontáneamente, sino de una deliberación consciente, como consecuencia de la relación de derechos y deberes entre dos personas. Pongamos un ejemplo: un maestro es bueno, no por un impulso del corazón, sino porque cumple su obligación de formar a los estudiantes. Un alumno es bueno, no porque sí, sino porque se esfuerza en aprender y formarse.

     Dios es bueno porque a pesar del pecado e iniquidad de su pueblo, persiste en la tarea de hacerlo feliz, de moldearlo a su propia imagen y semejanza. La bondad de Dios es distinta de la bondad humana: Yahvé conserva su bondad hasta la milésima generación, y sólo recuerda la culpa hasta la cuarta. Entre las religiones orientales Yahvé es un Dios muy original: se excede en la bondad y la misericordia, y se queda corto para rememorar la iniquidad humana.

    La bondad de Dios figura acompañada de la palabra “fidelidad” que matiza su significado. La “fidelidad” designa, en términos humanos, la conducta del hombre honesto con su prójimo, veraz en sus palabras, y estable en sus acciones. La voz hebrea “fidelidad” no se aplica a los hombres sino sólo a Dios. Yahvé es fiel no sólo porque es honesto, veraz y estable; sino porque es el Dios de cuyas obras y palabras es posible fiarse en todo momento y en cualquier situación. Dios cumple su palabra: se vuelve siempre hacia el hombre para que encuentre cobijo y protección.

    Misericordia y clemencia, bondad y fidelidad son las manos con que Yahvé modela a su pueblo para convertirlo en el reflejo de su amor.

    El alfarero y Yahvé sufrían el mismo problema: cuando el fango no está húmedo se endurece y no se deja tornear, fácilmente se desgarra y se rompe. Israel, demasiadas veces, estaba falto de agua, era un fango reseco que se desgarraba. ¿Qué significa la sequedad del fango?

    En el AT, la sed y la sequedad suelen ilustrar las consecuencias de la idolatría. Isaías acusa al pueblo de abandonar a Yahvé e ir tras los falsos dioses, y le anuncia: “seréis como una encina con las hojas secas, un jardín sin agua” (Is 1, 28-30). La idolatría, abandonar a Yahvé por otros dioses, deja al hombre agostado.

    ¿Cuáles son los falsos dioses por los que Israel abandona a Yahvé? Escuchemos al Deuteronomio: “Cuando el  Señor, tu Dios, te introduzca en la tierra buena ... guárdate de olvidar al Señor ... no sea que cuando comas hasta hartarte, cuando te edifiques casas hermosas y las habites, cuando críen tus reses y ovejas, aumenten tu plata y tu oro y abundes en todo... te olvides del Señor, ... no digas ‘por la fuerza y el poder de mi brazo me he creado estas riquezas’, sino acuérdate del  Señor, porque es él quién te da la fuerza y mantiene la promesa que hizo a tus padres” (Dt 8, 7-18). Los falsos dioses son tres: el poder “por la fuerza y el poder de mi brazo”, el tener “cuando comas hasta hartarte”, y el aparentar “no digas”.

    Israel se dejó ganar el corazón por el afán de poder, el ansia de tener, y la vana ilusión de aparentar. Seguir a los ídolos le salió muy caro: el destierro, la miseria, la opresión, la vergüenza ante las demás naciones, etc. La idolatría consiste en huir de las manos de Dios para entregar la vida al poder, tener y aparentar. ¡Cuántas veces en la vida sabe a poco tener a Dios por padre y saber que ama con pasión, y gastamos la existencia en perseguir otros premios: el consumo, el poder, la vanidad!.

    La bondad y la misericordia de Yahvé modelan a Israel para que testimonie el amor de Dios. Muchas veces la vasija que Yahvé tornea lleva marcados los desgarrones de la idolatría. Al contemplar a Israel, sinónimo de nuestra vida, nos percatamos de la obra de Dios, pero también discernimos las distorsionadas huellas del pecado.

    Lo más importante es que las cicatrices del pecado y la impronta de las manos de Dios, no pesan igual en el aspecto final de la vasija: lo crucial es el reflejo del amor de Dios. Cuando el fango reseco se rompía, el alfarero no lo desechaba; sino que volvía a reelaborar la vasija (Jr 18, 1- 7). Cuando Israel huía de Yahvé entregándose a los ídolos quedaba seco y sin agua. Yahvé no lo abandonaba; le entregaba su perdón y seguía modelando a su pueblo.

    Al observar la semblanza entre Israel y nuestra vida percibimos la imagen de Dios y la herida del pecado. Al contemplar las huellas de la culpa en nuestra vida su aspecto nos causa desazón, pero también es posible mirar los golpes del pecado desde la óptica divina. A los ojos de Dios, incluso las marcas que el pecado deja en nuestra existencia son testimonio de su amor, porque son el contraluz del perdón que Dios gratuitamente nos ha concedido.

viernes, 5 de septiembre de 2014

¿QUÉ SIGNIFICA LA PALABRA YAHVÉ?


                                                                   Francesc Ramis Darder

 El Dios de Israel no es una divinidad difusa y lejana. Yahvé se reveló a Moisés mostrándole su identidad, y le confió la misión de liberar a Israel de Egipto.

     Moisés guardaba el rebaño de Jetró. Una oveja huyó y buscándola vio una zarza ardiendo sin consumirse. Cuando se acercó al prodigio, Dios le habló desde el fuego: “Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob. He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto ... he bajado para librarle ...  yo te envío para que saques a mi pueblo de Egipto”. Moisés respondió al Señor: “Si voy a los israelitas y les digo ‘el Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros’, cuando me pregunten ‘¿cuál es su nombre?’, que voy a responderles. Dijo Dios a Moisés: Yo soy el que soy. Así dirás a los israelitas: ‘Yo soy me ha enviado a vosotros’ (Ex 3, 1-15).

    El relato de la vocación de Moisés permite discernir el sentido del término “Yahvé”.  Dios, cuando habla a Moisés se define como “Yo soy” (Ex, 3, 14). No debe extrañarnos que la palabra “Yahvé” sea un verbo y no un sustantivo. Todo pueblo elabora su lenguaje según la forma en que vive. Los hebreos eran  nómadas y su habla estaba marcada por términos que indican movimiento: los verbos. La frase “Yo soy” tiene dos matices de significado.

    1º. En los tiempos antiguos, cuando Israel era plenamente nómada, la expresión “Yo soy” se entendía en sentido causativo; es decir, se comprendía como “el que hace ser”. Yahvé no es un Dios que habita el cielo sin más, sino que se preocupa y auxilia a su pueblo “haciéndole ser Israel”. Notemos la semejanza con el ejemplo del alfarero. El artesano toma barro y modelándolo lo “hace ser” una vasija. Dios actúa igual, toma un pueblo pequeño y esclavo en Egipto, y lo “hace ser”, lo convierte en su pueblo, Israel.

      Para precisar el significado de los términos hebreos a menudo se comparan con el árabe. El árabe dispone de un verbo cuya raíz es semejante a la del hebreo “Yahvé”, y significa “amar apasionadamente”. Unamos la significación hebrea de Yahvé “Yo soy” entendida como “el que hace ser”, con el matiz árabe “amar con pasión”. Resulta una bella significación del nombre de Dios: Yahvé es quien “hace ser”, quien modela, a su pueblo “amándolo apasionadamente”. La metáfora del alfarero cada vez se hace más real: el AT narra la historia en que Yahvé modela a su pueblo con amor apasionado.

    2º. Con el paso del tiempo Israel se asienta en Palestina: la condición nómada se pierde y deviene sedentario. El cambio en el modo de vida implica una variación en el lenguaje. La comprensión de Yahvé “Yo soy” con el matiz de significado “el que hace ser” se va perdiendo, y se queda en el “Yo soy”.

    Los hebreos, en Palestina, tomaron contacto con los cananeos que poblaban el país. La religión cananea contaba con muchos dioses. Los israelitas fueron atraídos por la exuberancia del culto cananeo, olvidaron a Yahvé y dieron culto a los ídolos.

     Los profetas recordaron al pueblo que sólo Yahvé es Dios y, por tanto, los ídolos no tienen carácter divino. Isaías cuando se dirige a los ídolos les llama “los que no son” (Is 41, 29), “nada” (41, 24), “nulidad” (45, 14). En contraposición a los ídolos, Yahvé se presenta como el único Dios:  “el que es” Yo soy (45, 5). Isaías enseña a su pueblo que la salvación se halla en las manos de Yahvé, y no en el falso poder de los ídolos. Yahvé es autor de la creación (40, 26), y dirige la historia (41, 1-5) para propiciar la liberación de Israel (43, 1). Los ídolos son incapaces de cualquier actuación (41, 23) porque “no son” dioses, y por tanto es absurdo elegirlos (41, 24).

    Las dos acepciones de la palabra “Yahvé” (Yo soy) exponen claramente la intimidad de Dios. Yahvé es el único Dios y no hay otro; por tanto Yahvé no es sólo Dios de Israel sino de toda la Humanidad. Al ser el único Dios, Yahvé es el único capaz de salvar; es decir, de modelar a Israel y todos los pueblos con amor apasionado. El amor apasionado de Dios por la humanidad entera constituye el rosto del Dios cristiano, pues ¡Dios es amor! (1 Jn 4,8).