miércoles, 27 de agosto de 2014

CARTA A LOS ROMANOS. LA SABIDURÍA DE DIOS: LA NUEVA VIDA EN CRISTO

                      
                                                                                Francesc Ramis Darder

     Adentrémonos ahora en un episodio significativo de la Carta a los Romanos que explica, con la mayor claridad, el contenido de la sabiduría cristiana. Comenzaremos leyendo el texto y después nos introduciremos en el contenido espiritual y teológico.

A. Lectura de Rom 12,9-21.

    Que vuestro amor no sea una farsa; detestad lo malo y abrazaos a lo bueno. Amaos de verdad unos a otros como hermanos y rivalizad en la mutua estima. No seáis perezosos para el esfuerzo; manteneos fervientes y prontos para el servicio del Señor. Vivid alegres por la esperanza, sed pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración. Compartid las necesidades de los creyentes; practicad la hospitalidad. Bendecid a los que os persiguen; bendecid no maldigáis. Alegraos con los que se alegran; llorad con los que lloran. Vivid en armonía unos con otros y no seáis altivos, antes bien poneos al nivel de los sencillos. Y no seáis autosuficientes.

    A nadie devolváis mal por mal; procurad hacer el bien ante todos los hombres. Haced todo lo posible, en cuanto de vosotros dependa, por vivir en paz con todos. No os toméis la justicia por vuestra mano, queridos míos, sino dejad que Dios castigue, pues dice la Escritura: “A mí me corresponde hacer justicia; yo daré su merecido a cada uno”. Eso es lo que dice el Señor. Por tanto, “si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber. Actuando así, harás que enrojezca de vergüenza.

    No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence el mal a fuerza de bien.


B. Comentario.

    La segunda parte de la carta a los Romanos (Rom 1,16-11,36) insiste en la necesidad de centrar la vida cristiana en la fe en Jesús Resucitado y no en despeñar la vida hacia la servidumbre a las normas de la ley. Ahora bien, Pablo no presenta la fe como un conjunto teórico ajeno al deambular de la existencia humana. En la tercera parte de la carta (Rom 15,14-16,27), insiste en la necesidad de expresar la fe mediante la vivencia del amor. El contenido de Rom 12,9-21 desvela las normas de conducta que hacen posible que la fe se concrete en la experiencia del amor cristiano.

    Los consejos de Rom 12,9-21 confieren la sabiduría de Dios a quien los practica de forma convencida (1Cor 1,23-24). Como expone la teología del  AT, el sabio desarrolla seis actitudes que posibilitan su crecimiento humano y su compromiso social: la conciencia de ser alguien limitado; el sentimiento de la responsabilidad; la capacidad de pensar, de rezar y amar; la conciencia de pertenecer a una comunidad concreta; el deseo de encauzar su vida en el proyecto de Dios; y la intuición y después la certeza de que el destino de final de la vida reposa en las buenas manos de Dios para toda la eternidad. Veamos sucintamente las referencias con que Rom 12,9-21 alude a la sabiduría latente en la Sagrada Escritura.

    El apóstol afirma la necesidad de hacer el bien a todos “procurad hacer el bien ante todos los hombres” (Rom 12,17). Ahora bien, Pablo se muestra muy realista y percibe la limitación humana en la práctica de la bondad, sabe que no siempre podemos contentar a todos y por eso dice: “haced lo posible, en cuanto de vosotros dependa, por vivir en paz con todos” (Rom 12,18).

    La responsabilidad implica dos cosas. Por una parte, supone un estilo de vida semejante al de los profetas, es decir, la decisión de sembrar el amor por la vida y el afán por la práctica de la justicia en nuestro entorno; Pablo ahonda en ése aspecto: “Que vuestro amor no sea una farsa; detestad lo malo y abrazaos a o bueno” (Rom 12,9). Por otra parte, la responsabilidad implica la decisión de querer vivir como un sabio, saber observar en la naturaleza y en la sociedad el latido del proyecto de Dios, y como consecuencia de la observación, adquirir el compromiso de sembrar la semilla del Reino; por eso afirma el apóstol: “No seáis perezosos para el esfuerzo; manteneos fervientes en el espíritu y prontos para el servicio del Señor” (Rom 12,11).

    El ser humano es espiritual por excelencia (Rom 2,14-16). Vivir espiritualmente implica desarrollar la capacidad de pensar, rezar y amar. La capacidad de pensar se desarrolla desde dos perspectivas.

     Por un lado, supone la decisión de adquirir un notable sentido crítico, una notoria capacidad de discernir; ahora bien, sólo discierne las situaciones personales y sociales quien sabe tomar distancia y posee la humildad suficiente para pedir consejo a quien con solvencia pueda dárselo. Por eso Pablo comenta la necesidad de distanciarse del mundo y adquirir un pensamiento propio: “No te dejes vencer por el mal; antes vence bien, vence el mal a fuerza de bien” (Rom 12,21).

     Por otro lado, la capacidad de pensar requiere sosiego, paciencia y reflexión: “Sed pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración” (Rom 12,12).

    La vivencia del amor es el rasgo sobresaliente de Rom 12,9-21. El amor debe manifestarse en el seno de la comunidad cristiana: “Compartid las necesidades de los creyentes, practicad la hospitalidad” (Rom 12,13). Sin embargo, el texto recalca el aspecto más difícil del amor y por eso el más comprometido, el amor a los enemigos: “Por tanto, si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed dale de beber” (Rom 12,20). El apóstol recoge las sentencias que expone en su escrito del fértil campo que constituye el libro de los Proverbios (Prov 25,21).

    Pablo recuerda a la comunidad la fuerza esencial que confiere la plegaria. El apóstol insiste en la oración: “Sed perseverantes en la oración [...] bendecid a los que os persiguen” (Rom 12,12.14).

    Las normas prácticas sobre la vivencia del amor no se limitan al interés privado de cada cristiano, sino que deben vivirse en el seno de la comunidad y en el entorno social. El episodio contenido en Rom 12,9-21 refiere la vivencia del amor en el seno comunitario; y el episodio siguiente, Rom 13,1-14, extrapola la práctica del amor al ámbito social donde la comunidad cristiana debe dar testimonio de Cristo.

    El apóstol sabe que la vida cristiana debe encauzarse en el proyecto de Dios; por eso dice: “no os toméis la justicia por vuestra mano, sino dejad que Dios castigue, pues dice la Escritura: a mí me corresponde hacer justicia; yo daré su merecido a cada uno. Esto es lo que dice el Señor” (Rom 12,19). [En lugar del término “castigue” podríamos valernos de la palabra “actúe”; en el sentido de “dejar que Dios actúe para poner cada cosa en su sitio”]. Nuestra misión no estriba en tomarnos la justicia por nuestra mano, sino en el compromiso de estar atentos a nuestra propia conducta (Rom 14,12), y comprometernos en la transformación cristiana del mundo (Rom 13,8-14).

    La vida cristiana no persigue el éxito efímero sino la victoria final. El hombre fiel está llamado a vivir en las manos de Dios, en ese sentido la carta está henchida de miradas hacia la trascendencia y remite constantemente a la vida en plenitud: “Porque si hemos sido injertados en Cristo a través de una muerte semejante a la suya, también compartiremos su resurrección [...] Dios ofrece como don la vida eterna por medio de Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rom 6, 5.23).

    Desde la óptica cristiana el Antiguo Testamento desemboca en el Nuevo Testamento. Pablo sintetiza en Rom 12,9-21 la sabiduría de la Antigua Ley, pero centrándola en Cristo. La sabiduría no se alcanza solamente contemplando el palpitar del mundo como imagen del latido de Dios, sino, sobre todo, contemplando a Jesús muerto y resucitado, el único que llena de sentido y colma de sabiduría la vida humana.


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