sábado, 14 de septiembre de 2013

LIBRO DE LA SABIDURÍA. COMUNIDAD JUDÍA DE ALEJANDRÍA V


El artículo constituye la quinta entrega de la serie sobre la "Comunidad judía de Alejendría"



                                                                 Francesc Ramis Darder


4.2. La Sabiduría, senda de la inmortalidad: Sab 1,16-6,21.

    Con la intención de ensalzar la inmortalidad que aguarda a quienes practican la  justicia, el autor confronta la mala vida del impío con la existencia veraz del hombre justo (Sab 1,16-2,24). Los impíos entienden que la muerte es el destino del hombre, se lanzan al desenfreno y ponen trampas al justo. El poema, esbozando la artería de los impíos contra los fieles, describe la distinta naturaleza de justos e injustos. La vida de los impíos carece de sentido, todo es azar y rastro de nube, no respetan las canas y tergiversan la justicia, desconocen la voluntad de Dios e ignoran el premio de una vida intachable; en definitiva, los impíos son los amantes de la muerte  (Sab 1,16). A modo de contrapunto, los justos denuncian la injusticia, conocen a Dios, celebran el triunfo de la honestidad, tienen a Dios por padre, se saben hijos de Dios y confían en la protección indefectible del Señor. A modo de contraluz con el destino de los impíos, los justos están destinados a la inmortalidad (Sab 2,23).

    La crueldad de los impíos contra el justo adquiere tintes luctuosos: “Lo someteremos a humillaciones y torturas para conocer su temple […] lo condenaremos a una muerte humillante, pues, según dice, Dios lo socorrerá” (Sab 2,19-20). Sin duda, el texto evoca, en buena medida, la riqueza teológica del Cuarto Cántico del Siervo de Yahvé (Is 52,13-53,12); el justo, como el Siervo, sufre el oprobio (Sab 2,12; Is 53,7), pero, así como el Siervo verá la luz, el justo perseguido alcanzará la gloria de la inmortalidad (Sab 2,23, Is 53,10.12). La conclusión no puede ser más certera: los impíos sorben el acíbar de la muerte, mientras los justos ciñen la corona de la inmortalidad.

    A continuación, el autor contrasta aún más el destino contrapuesto de justos e injustos (Sab 3,1-4,20). Primer contraste: Aunque los insensatos piensen que el justo fenece, está destinado a la inmortalidad, en cambio la vida del impío sucumbe en el castigo (Sab 3,1-12). Segundo contraste: Aunque la esterilidad pudiera ser motivo de afrenta, más vale carecer de hijos y tener virtud, pues el recuerdo de la virtud es inmortal, mientras la prole del impío es inútil (Sab 3,13-4,6). Tercer contraste: A pesar de que el justo pueda morir de forma prematura, habrá completado una larga vida, mientras la vida del impío, aunque sea larga en años, acabará entre los muertos para siempre (Sab 4,7-20). La advertencia a la comunidad judeoalejandrina no puede ser más certera: sólo la vida justa abre la puerta de la inmortalidad; el autor sentencia de forma definitiva el destino de justos e injustos: mientras los justos vivirán para siempre entre los hijos de Dios, los impíos desaparecerán en el olvido (Sab 5,1-23).

     A modo de inclusión (Sab 1,1; 6,1), el autor vuelve a dirigirse a los gobernantes de la Tierra. Aunque evidentemente quepan otras interpretaciones, bajo la mención de los “gobernantes”, la pluma se dirige a la comunidad judeoalejandria que, habiendo recibido el poder del Señor y la soberanía del Altísimo (Sab 6,3), está llamada, como hemos expuesto (Sab 1,1-15; cf. Gn 1,27-31; Is 66,13-23), a regir, desde la óptica teológica, el destino del Cosmos. Después de amonestar a la comunidad judeoalejandria sobre la responsabilidad que le compete (Sab 6,4-11), el autor describe el itinerario que conduce a la Sabiduría y el fruto que reporta su vivencia: el comienzo de la Sabiduría radica en el afán de instrucción, el afán de instrucción consiste en amar la Sabiduría, el amor consiste en la observancia de las leyes, la atención a las leyes es garantía de inmortalidad; en definitiva, como sentencia el autor, el afán de Sabiduría conduce al Reino (Sab 6,12-21). De ese modo, el autor recalca que el único modo de adquirir Sabiduría consiste en el cumplimiento de los preceptos; sólo así el pueblo hebreo puede aspirar a desempeñar la tarea que el Señor le ha encomendado, la misión de convertirse en fedatario, ante las naciones, del exclusivo señorío de Dios sobre la Historia.


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