lunes, 13 de mayo de 2013

MARÍA, EL MAGNIFICAT: Lc 1,46-55

                                                                                  Francesc Ramis Darder



    El relato de la Anunciación (Lc 1, 26-38) comenta las etapas externas de la vocación de María, mientras el Magnificat (Lc 1, 46-55) comunica cómo la llamada del Señor resonó en el corazón de María.

    La vivencia de Dios es particular y específica, pero participa siempre de la experiencia divina de la comunidad cristiana. El eco de la voz de Dios en el interior de María, permite discernir la vivencia de Yahvé experimentada por Israel en su historia. Una historia que es respuesta a la voz de Dios que suscita el deseo de santidad: “sed santos como vuestro Dios es Santo” (Lv 19, 2).  En el interior de María y en el corazón de Israel actúa el Dios personal que ama y libera.

    La experiencia religiosa de Israel se sostiene en una certeza: “el Señor nos ha liberado de Egipto con mano fuerte y brazo poderoso” (Dt 6, 20-23). María, como Israel, se siente salvada y liberada por Dios. El Señor la hizo suya de la misma manera que constituyó a Israel como pueblo de su heredad (Ex 6, 7).

    Yahvé eligió a Israel como posesión personal. Hubiera podido elegir a pueblos más importantes como Egipto o Asiria. Pero el Señor eligió una nación de la que podía recibir pocas cosas. El Dios de Israel actúa gratuitamente. Cuando llama no es para obtener beneficios, sino para llenarnos, como a María, de su gracia y de su ternura.

    Dios llamó a Israel y lo constituyó en servidor. En el AT, el siervo de Dios no es un esclavo, sino aquel que participa en la acción liberadora de Dios. María es la sierva del Señor que participa de manera privilegiada en la liberación de Dios en favor de los hombres, vive  la encarnación y contempla la muerte y la resurrección de Jesús.

    Yahvé liberó a Israel de Egipto y le acompañó con sus dones: el maná (Ex 16); el pacto del Sinaí (Ex 19-24), el don de la Tierra Prometida (Jos 1-24), etc. Los profetas recuerdan la santidad de Dios (Is 6), el amor constante del Señor (Os 1-3), y la fidelidad de Dios a sus promesas (Miq 7, 20). Expresiones, todas ellas, que aparecen en el “Magnificat”.

    Los escritos sapienciales, y especialmente los Salmos, muestran el amor delicado del Señor en favor de su pueblo y de cada israelita (Sal 89, 11; 103, 17; 111, 9). María, recogiendo la plegaria del Salterio clama: “... su misericordia llega a sus fieles de generación en generación” (Lc 1, 50).

    El libro de Job (Jb 5, 11) comenta la proximidad de Dios al sufrimiento humano. Samuel describe la ayuda del Señor a los humildes, los débiles, los que buscan en Dios un refugio seguro (1 Sam 1, 11; 2, 1-10). El Magnificat recoge la preferencia de Dios por los humildes; así, al igual que Dios se fijó en un pueblo pequeño para realizar su proyecto, elige a María para llevar el proyecto a divino a la plenitud: la encarnación de Jesús, la presencia salvadora de Dios entre nosotros.

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