viernes, 26 de octubre de 2012

PABLO DE TARSO: EL PROFETA AGABO (HCH 11,27-30; 21,10-14).


                                                                                      Francesc Ramis Darder 

 A instancias de la Iglesia de Jerusalén, Bernabé visitó la comunidad de Antioquía de Siria. Bernabé, un hombre bueno, lleno de Espíritu Santo y de fe, se alegró al contemplar el crecimiento de la Iglesia. Con la intención de acelerar el proceso evangelizador, marchó a Tarso en busca de Saulo. Ambos discípulos permanecieron un año en Antioquía instruyendo a muchos cristianos en la fe.

    Por entonces bajaron algunos profetas de Jerusalén a Antioquía. Uno de ellos, Agabo, relató a la comunidad antioquena las penurias que iban a cernirse sobre la la Iglesia de Sión; se refería a la hambruna que azotó Oriente en tiempos del emperador Claudio (41-45). Los cristianos de Antioquía hicieron una colecta para socorrer a los hermanos de Judea. Determinaron que Bernabé y Saulo llevaran el montante a Jerusalén; cumplida la misión ambos apóstoles regresaron a Antioquía.

    Mucho tiempo después, Pablo visitó otra vez Jerusalén; Agabo salió a su encuentro en la ciudad de Cesarea. El profeta realizó un acto simbólico: tomó el ceñidor de Pablo y se ató las manos y los pies, y dijo: “Así atarán los judíos en Jerusalén al hombre a quien pertenece este ceñidor, y lo entregarán en manos de los paganos” (Hch 10,11).

    Mediante el gesto simbólico, Agabo anunció la persecución que sufriría Pablo. Sin embargo, el apóstol no se arredró, proclamó: “Yo estoy dispuesto, no sólo a ser encadenado, sino que estoy dispuesto a morir en Jerusalén por el nombre de Jesús, el Señor” (Hch 21,13).

    Los pasajes donde figura el profeta Agabo ofrecen una doble lección. Por una parte, enfatizan la solidaridad reinante entre las comunidades cristianas antiguas. Por otra, destacan la inquebrantable confianza del apóstol en el auxilio del Espíritu Santo (Hch 20,22-23), pues no dudará en viajar a Sión para predicar el Evanegelio (Hch 21,13).

Ejercicio. Lectura: Hch 11,19-30; 20,10-14. Los profetas auténticos: Dt 18,9-22.

                                                                       


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