lunes, 15 de octubre de 2012

EL MARCO HISTÓRICO DE LA PROFECÍA DE DANIEL


                                                                                 Francesc Ramis Darder
   
 Nabucodonodor II conquistó el reino de Judá y su capital Jerusalén (597.587.582 aC.), y deportó a la población más cualificada a Babilonia, la capital de su imperio. Más tarde, Ciro II el Grande, rey de medos y persas (549-529 aC.), conquistó Babilonia (539 aC.) e instauró el Imperio Persa. Según cuenta la Escritura, el rey publicó un edicto en el que autorizaba el regreso a Jerusalén de los judíos deportados (cf. Esd 1,2-4). A lo largo de diversas oleadas, un contingente de exiliados volvió a Jerusalén donde, tras muchas dificultades, consiguieron consagrar de nuevo el templo (515 aC.). El Imperio persa incluyó al extinto reino de Judá en la satrapía de Transeufratina, y la región que antaño constituía, en líneas generales, el territorio judaíta, pasó a constituirse en la provincia de Yehud.

     Las sucesivas misiones de Esdras y Nehemías (450-400 aC.), propiciaron que la región fuera administrada por los sacerdotes bajo supervisón de los gobernantes persas. Concluida la tarea de Nehemías y Esdras, la región entró en un período lánguido. Según atestigua la arqueología la zona estaba poco poblada y empobrecida.

    Alejandro Magno emprendió la conquista de Próximo Oriente (336-323 aC.). La conquista fue fulgurante pero el rey murió joven (323 aC.). A la muerte del monarca, el Imperio quedó dividido entre cuatro generales, los diadocos: Ptolomeo (Egipto), Filipo (Macedonia), Seléuco (Siria), Antígono (Asia Menor). La región de Yehud quedó en poder de Ptolomeo. Sin embargo pronto estalló la guerra entre los descendientes de Ptolomeo y de Seléuco; y el territorio de Yehud, región intermedia entre Egipto y Siria, sufrió de forma lacerante la crueldad de conflicto. Con el paso del tiempo los ptolomeos perdieron la zona Palestina en favor de los seléucidas (198 aC.), pero no por eso llegó la paz a la región.

    El Imperio seléucida sufrió el acoso de las nuevas potencias emergentes. Los romanos, al mando de Lucio Escipión, les derrotaron en Magnesia (190 aC.). Antíoco III (223-187 aC.), rey de los seléucidas, murió a manos de los elamitas. Su sucesor, Seléuco IV (187-175 aC.), con la intención de sanear la economía del imperio decidió saquear el templo de Jerusalén, pero fracasó en la empresa (cf. 2Mac 3).

    Antíoco IV Epifanes (175-164 aC.) usurpó el trono seléucida, desalojando a su sobrino Demetrio, el heredero legítimo. El nuevo rey hizo asesinar al sumo sacerdote de Jerusalén, Onías III. Antíoco IV combatió contra Egipto, y en Jerusalén se difundió, falsamente, la noticia de su muerte. Entonces Jasón, el sumo sacerdote, se erigió en autoridad suprema de Jerusalén. Antíoco volvió de Egipto para castigar a los dirigentes de Jerusalén. El sumo sacerdote Jasón, temeroso de la represión, huyó antes de la llegada del ejército seléucida y se refugió en Egipto. Cuando Antíoco quiso arremeter de nuevo contra Egipto, los romanos, comandados por Popilio Laenas, forzaron su retirada. El rey, enfurecido, arremetió contra Jerusalén. Mató a cuarenta mil personas, vendió como esclavos a otras tantas. Seguidamente comenzó una persecución religiosa: prohibió la práctica de la circuncisión y la dieta judía, suprimió la observancia del sábado y la lectura de los textos sagrados. En Jerusalén arraigaron costumbres griegas opuestas a la moral judía: los gimnasios, la desnudez en la práctica deportiva, los nombres griegos, etc.

    Entre los judíos se produjeron algunas disensiones, pues algunos de tendencia helenista colaboraron con la política de Antíoco; pero la oposición judía fue notable y dio lugar al nacimiento de los hassidim (los futuros fariseos), que combatieron el poder despótico de Antíoco. Probablemente, quien redactó y quien recopiló el contenido del libo de Daniel perteneciera al círculo de los hassidim, o al menos formaría parte de algún grupo piadoso de los mencionados en la epopeya de los Macabeos. Antíoco no cesó de oprimir al pueblo: el templo de Jerusalén cambió el nombre por el de Templo de Zeus Olímpico, y el altar fue nivelado para poder ofrecer sacrificios de animales impuros, incluso cerdos, a divinidades extranjeras; en la obra de Daniel ése hecho constituye la instauración “abominación devastadora” (Dan 9,27; 12,11; cf. 1Mac 1,54.59).

    La oposición del pueblo judío contra la opresión de Antíoco culminó en la revuelta macabea. Antíoco IV murió en Persia (164 aC.). La revolución macabea logró, con el paso del tiempo, la independencia del país (1-2 Mac), independencia que perduró hasta el advenimiento del dominio romano en Palestina (63 aC.). El núcleo de la profecía de Daniel nace durante la persecución que los seléucidas, y especialmente Antíoco IV, ejercieron contra los judíos.

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