miércoles, 20 de junio de 2012

PEDRO Y PABLO: DOS VIDAS ENTRETEJIDAS POR LAS MANOS DE DIOS

                                                                                                                  Francesc Ramis Darder

   La vida de Pablo es la experiencia de una vida modelada en el torno del Señor. Nació en Tarso de Cilicia; como judío de la diáspora, pertenecía a la tribu de Benjamín. Poseía la ciudadanía romana, indicativo de pertenencia a una familia distinguida. Al nacer recibió, junto al nombre judío de Saulo, el nombre romano de Pablo. La vida en Tarso le familiarizó con la cultura griega y romana. Aprendió el oficio de fabricante de tiendas. Toda la vida padeció una enfermedad crónica. Educado en la más estricta religiosidad, fue un ferviente defensor del judaísmo en su vertiente farisea. La vida de Pablo está marcada por los dos grandes momentos en que se encontró con Jesús: el camino hacia Damasco y la predicación en Atenas.

    Saulo viajó a Damasco para apresar a cuantos cristianos encontrara. Camino de Damasco una luz del cielo le envolvió y cayó a tierra. La voz le dijo: “Saulo, Saulo, por qué me persigues” (Hhc 9,4).

     Pablo perseguía los cristianos pero la voz afirmó: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues” (Hch 9,5). El texto identifica a Jesús con la comunidad perseguida. Estas palabras marcan definitivamente la vida de apóstol. Descubrirá que la Iglesia oprimida por la fidelidad al Señor no es un movimiento entre tantos, es el ámbito donde palpita, privilegiadamente, la presencia de Cristo resucitado.

     Sin embargo, a Pablo aún le queda por aprender que el testigo fiel del Evangelio sufre la persecución y el oprobio. La predicación en Atenas le enseñará la lección y será el segundo momento en que Dios forje la existencia del apóstol.

      En Atenas, Pablo traba conversación con los filósofos epicúreos y estoicos. Mientras Pablo expone datos asépticos los eruditos escuchan complacidos, pero cuando anuncia que Jesús vive y actúa en la Historia los intelectuales comienzan a burlarse de él. La discusión de Atenas muestra a Pablo que el evangelio no es una teoría brillante, sino un estilo de vida que pasa por la cruz. A partir de entonces Pablo dejará de predicar un Jesús cómodo y proclamará con firmeza: “nosotros predicamos a un Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos, más para los que han sido llamados, sean judíos o griegos, se trata de un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1Cor 1,23-24). Pablo percibe que el testimonio cristiano pasa por la contradicción y el conflicto con quienes detentan el poder, siembran la injusticia, y manipulan la Palabra de Dios.

        Jesús y Simón se conocían. Jesús había estado en su casa para curar a su suegra. Simón debía admirar los prodigios de Jesús y la ternura de sus palabras. Jesús y Simón se conocían pero no contemplaban la realidad de la misma manera. Para Jesús, Simón puede convertirse en un discípulo: “pescador de hombres” en favor del Reino de Dios (Lc 5, 11). Desde la perspectiva de Simón, Jesús es un Maestro al que admira pero con quien no desea comprometer la vida (Lc 5, 5).

     Jesús toma la iniciativa y llama a Simón y le dice: “Remad mar adentro y echad vuestras redes para pescar” (Lc 5, 4). Simón no capta el trasfondo de la llamada. Para él, Jesús es uno de tantos Maestros que pululan por Palestina. Pedro constata la inutilidad de volver a pescar: “Maestro, hemos estado toda la noche faenando sin pescar nada” (Lc 5, 5). Pedro había comprobado cómo Jesús curaba a su suegra y había sido testigo de otros prodigios en Galilea; por eso, a pesar de que no tiene sentido volver a pescar, confía en Jesús y dice: “puesto que tú lo dices, echaré las redes” (Lc 5, 5).

    Simón deposita la confianza en Jesús y cala de nuevo las redes. El resultado es sorprendente: “capturaron una gran cantidad de peces […] con la abundante pesca, llenaron dos barcas” (Lc 5, 6-7). Pedro no se extasía ante la cantidad de peces, sino que a través de la cuantiosa pesca descubre la intimidad de Jesús: “Al verlo, Simón Pedro cayó a los pies de Jesús diciendo: Apártate de mí, Señor, que soy un pecador” (Lc 5, 8).

     La traducción griega del AT se refiere a Dios con el término “Señor”, y el NT contempla a Jesús como “el Señor” (Hch 11,20). Cuando percibimos a través de la humanidad de Jesús la intimidad de Dios palpamos el hondón de Cristo (Hch 7,59) y comenzamos que Él es el único que llena de sentido la existencia humana (Hch 15,11).

     A continuación, Jesús dijo a Simón: “No temas, desde ahora serás pescador de hombres” (Lc 5, 10). Entonces, Pedro y sus compañeros, Jaime y Juan, hijos de Zebedeo, dejaron las barcas en tierra y siguieron a Jesús. Pedro ha aprendido a contemplar la realidad con los ojos de Dios; se hace pobre, lo deja todo, y compromete la vida en la vivencia del Evangelio.

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